Anunciación de la carne (La Madre)
La Madre fue gestada entre 2012 y 2014, si bien la idea general nació súbitamente al despertar una mañana de diciembre de 2011. La intención de la obra es hiperexpresiva, y sus medios técnicos, sin duda, eclécticos, moviéndose en el plano armónico entre lo tonal y lo modal.
La madre embarazada sueña, clarividente, cómo será su hijo, como vivirá la felicidad más grande y más sencilla y cómo lo alcanzará también la angustia más insoportable; así también la primera canción está preñada del material musical posterior. Mientras tanto, los niños juegan. Anunciación de la Carne se propone plasmar uno de los momentos exultantes del hijo, una explosión vitalista, y para ello se sirve de arabescos, escalas luminosas, virtuosismo vocal, colores en la orquesta y relaciones armónicas sorpresivas, y todo esto dará paso en Canción (concretamente Los cuatro muleros, que fue recogida por el mismo Lorca) a una posterior burla del coro, siempre jugando. En Los charcos de la luna, tres textos pugnan por la supremacía: una súplica, una burla y una fantasía surrealista, y finalmente tras el dolor se impone un cuarto, una nana rumana que vuelve a expresar la ternura del primer número, pero ahora en ocho compases, encerrando además en su texto la misma idea precognoscitiva; se trata de un auténtico collage, también en lo musical, ya que aparte de ser básicamente una deformación de Anunciación de la Carne, aparece material de Canción, y una cita del tema principal de una obra de juventud del autor. Por último, Absalon fili mi llora la pérdida del hijo, comenzando como un motete renacentista, basándose después en un bajo barroco de lamento y tendiendo de nuevo puentes con las canciones anteriores, especialmente con La madre.
ANUNCIACIÓN DE LA CARNE
Envuelto en seda y nardos, encajes y rubíes,
vino el ángel del cielo a verme una mañana;
yo encadenaba plumas de ensueño en mi ventana
con un candor desnudo de lino y alhelíes.
Su corte de querubes y jilgueros turquíes,
cambiaba por mi leche, mi miel y mi manzana;
el beso y la mejilla eran de nácar grana,
de tibios surtidores y absortos colibríes.
Se deslizó en mis venas como pez por el río
y, al tiempo que en su torre daba el reloj la hora,
mané sangre y luceros mezclados con rocío.
Me cerró las heridas su boca que enamora
y abrazando mi cuerpo transitado en su brío,
me dijo: «Eres hermoso». y se fue con la aurora.
(Antonio Carvajal)
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